La isla Norfolk, en el Océano Pacífico, será el escenario de la puesta en marcha de un proyecto de créditos carbono individualizado en el que cada ciudadano dispondrá de una “tarjeta carbono” que funcionará basada en el principio de que quien contamina, paga.
El proyecto es una idea de la universidad “Southern Cross University” en colaboración con el Instituto Australiano de Investigación y dos universidades australianas, así como con un grupo de voluntarios de la isla.
La idea no es nueva, pero es la primera vez que se pondrá a prueba de forma real y en un entorno cerrado: el profesor de la universidad neozelandesa “Southern Cross University” Garry Egger, cree que la población de Norfolk reúne las características adecuadas para poner en marcha el proyecto, ya que es pequeña, está aislada y sus habitantes están muy comprometidos con el medioambiente.
El funcionamiento del proyecto es sencillo: los ciudadanos recibirán una tarjeta de crédito con un determinado número de créditos carbono. Al final del año, aquellos ciudadanos que aún tengan algún crédito sin utilizar, podrán canjearlos en el banco a cambio de dinero. Por el contrario, quienes hayan consumido demasiado, se verán obligados a comprar créditos suplementarios. Además, el número de créditos concedidos a principio de año se reducirá progresivamente.
La participación en el programa no es obligatoria, pero el profesor Egger confía en que la posibilidad de obtener beneficios del sistema sirva como atractivo para animar a los ciudadanos y turistas a participar. Norfolk, que cada año recibe aproximadamente 30.0000 turistas, también ofrecerá a estos la posibilidad de acceder al proyecto durante su estancia en la isla y canjear por dinero aquellos créditos que no consuman: cuando lleguen a la isla recibirán una tarjeta de crédito carbono cuyas unidades dependerán de la duración de su estancia. Dependiendo de la forma de vida que adopten durante sus vacaciones, podrán canjear por dinero sus créditos restantes o deberán pagar por los suplementarios.
Según el profesor, “quien consuma de forma frugal, no adquiera alimentos excesivamente grasos o compre demasiado petróleo, podrá ahorrar créditos carbono para canjearlos por dinero al final de año. Si, por el contrario, un ciudadano consume mucho petróleo y comida industrial y de alto contenido en grasas o azúcares, deberá comprar cada año créditos suplementarios. Al reducirse estos créditos de forma progresiva y debido a que se insiste en fomentar una forma de vida sostenible, quienes compren créditos suplementarios deberán pagar precios más altos cada vez y este hecho les hará ver que esa forma de vida no se puede mantener.”
Esta experiencia podrá servir para fomentar el uso de la bicicleta en una isla que no cuenta con redes de transporte público.
Si los ciudadanos utilizan su propia energía para desplazarse, además de ahorrar dinero, ganarán salud. El proyecto dirigido por el profesor Garry Egger, que estará listo este año y se prolongará durante tres años más, tiene como objetivos por una lado probar la efectividad de un sistema de crédito carbono personal y, por otro lado, la reducción de las emisiones per cápita, la obesidad y los hábitos que la propician.