La actual situación económica ha puesto de actualidad e intensificado un fenómeno que ya se estaba dando antes del inicio de la crisis: una fiebre por compartir, prestar, intercambiar, alquilar y reparar de la que son partícipes tanto particulares como empresas y ciudadanos en general que están reinventándose la forma de consumir. La enorme acogida de iniciativas como AIRBNB, que propone el alquiler P2P de un alojamiento donde pasar las vacaciones (la organización cuenta ya con más de 150.000 usuarios de 157 países), los programas de auto compartido, los créditos a bajo interés entre particulares, los cientos de miles de libros, DVDs, videojuegos, ropas, juguetes, etc. que son intercambiados cada segundo en lugar de perderse en el olvido… Estamos viviendo una época en la que el consumo colaborativo nace, crece y vive un éxito inédito.

Los ciudadanos de todos los rincones del mundo están descubriendo formas de colaboración inimaginables hasta la fecha cuyas posibilidades no tienen fin: desde las finanzas hasta la agricultura, pasando por los viajes, la tecnología, la formación y el comercio al por menor. Esta es la realidad que recogen los autores Rachel Botsman y Roo Rogers en su libro What’s Mine Is Yours (mis cosas son tus cosas). Estos dos norteamericanos resaltan las posibilidades y el poder social de la colaboración y plasman un fenómeno de éxito: el denominado consumo colaborativo, la mejor forma de intercambiar productos y servicios entre particulares que abarca todos los sectores, desde un crédito a bajo interés a un encuentro entre un jardinero vocacional y un ciudadano que quiere compartir sus tierras para que no queden baldías. Esta nueva forma de consumo, que sucede al hiperconsumo del siglo XX, se basa en el principio de acceso a los bienes y servicios y no en su posesión. El concepto no es nuevo, pero ahora se ha hecho posible tanto en el ámbito local como a mayor escala gracias a las tecnologías colaborativas y a las redes sociales de internet.
El consumo colaborativo se basa en la confianza mutua, también entre desconocidos, y prioriza las experiencias vitales frente al materialismo pero, como toda evolución social, requiere un cambio de mentalidad y a una adaptación por parte de los participantes. “Creemos que los negocios que dependen de la venta de muchos productos tendrán que cambiar su estrategia, dejar de centrarse en las ventas para centrarse en el servicio que prestan”, afirma Roo Rogers. «Estas empresas tienen ahora la oportunidad de innovar y crecer, aumentar la lealtad de sus clientes, crear nuevas formas de ingresos y, además, tener una conciencia más tranquila. Por ejemplo, una marca de zapatos podría crear una zapatería donde se repararan los modelos gastados, donde hacer que los zapatos viejos vuelvan a ser tan seductores como los nuevos. De este modo atraerían al mercado colaborativo…»
Este cambio, bueno para el consumidor, la comunidad, las empresas y el medioambiente, requiere un cambio de mentalidad por parte del consumidor y fundamenta el nacimiento de una nueva economía. El consumo colaborativo constituye una nueva forma de crear autenticidad, optimismo y fomentar la creatividad. Es un llamamiento al ciudadano, para que se diga a sí mismo “yo también puedo”.